“Difundir aquello que alguien no quiere que se sepa. El resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo, lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa; de la neutralidad, los suizos; del justo medio, los filósofos, y de la justicia, los jueces. Y si no se encargan, ¿qué culpa tiene el periodismo?”
Horacio Vervisky
Parte de la trayectoria más fecunda del periodismo, sobre todo en el campo de la prensa escrita, descansó sobre los hombros de una mayoría de periodistas empíricos con un bagaje profesional envidiable.La distinción correcta, si es que se pretende continuar con este juego peligroso, es titulados versus no-titulados, porque a veces existe mas profesionalismo en algunos periodistas empíricos que en ciertos periodistas titulados. La cultura enciclopédica de los periodistas que hicieron carrera durante dos tercios del siglo pasado era inobjetable.
El periodismo es fundamentalmente observación; hay que vivirlo, y como materia viva debe llevar la teoría a la experiencia de lo cotidiano. Resulta difícil separar lo empírico de lo teórico porque la teoría y toda la metodología nace de la observación y la experimentación, por lo que se hace necesario saber que en lo empírico reside el germen de lo teórico.
Por eso, un periodista no puede fabricarse en una escuela por muy sofisticada que esta sea. El aula te da herramientas, instrumentos que te permiten abrir puertas y bocas cerradas, desentrañar caminos, derrumbar obstáculos, siempre y cuando exista la enorme necesidad de indagar, polemizar, conocer, no conformarse con lo que alguien le dice y salir a buscar otros enfoques. Esas prácticas deben ser parte inseparable de los profesionales de la palabra, deben ser una necesidad y no una imposición, si realmente queremos ser creíbles y consecuentes con el oficio del periodista. Ser periodista es una condición que implica práctica, mucho trabajo y, sobre todo, una alta dosis de vocación.
La función central de la información es dar cuenta del entorno y sus cambios. La conciencia del informador es el espejo en el que se reflejará el mundo cambiante que será traducido a un lenguaje a través del cual los públicos acceden a esa realidad. Los públicos reconstruyen la realidad –y la reinterpretan- desde el texto informativo que reciben. Los trabajadores de la información son codificadores y decodificadores del entorno social. Los informadores no reproducen mecánicamente su entorno. El verdadero y digno trabajo periodístico pasa, en primer lugar, y tras haber adquirido los conocimientos necesarios para saber cómo tratar la información (técnicas, mecanismos y herramientas específicas de la profesión), por realizar un trabajo de acercamiento respetuoso, recogiendo todo lo necesario para tener una idea completa y verídica de lo que se está trabajando. Posteriormente, traducen lo recogido y lo difunden, de manera comprensible y fiel, a la audiencia a la que se dirigen. Para ello, utilizan un lenguaje en el que tratan de verter su comprensión del mundo.El periodista no puede escudarse en la objetividad, tiene el compromiso de decir desde que lugar dice lo que dice, presenta un hecho objetivo pero no un periodista objetivo. No existe un texto que no implique un código y este es el resultado del sistema cultural.
Dar a conocer los problemas sociales que se derivan de las incomprensiones culturales es esencial para crear ciudadanos concientizados que busquen la construcción social a través de la integración de todos sus miembros y no la disgregación y deconstrucción social que provoca la ignorancia.
Analizar fenómenos como la pobreza, la inmigración, la violencia de género, la desigualdad, la incomprensión y la falta de respeto a la diversidad cultural es indispensable para los profesionales de la comunicación e información. Son ellos los que constituyen el primer filtro de la realidad frente a la sociedad, lo que hace más relevante el que sean conscientes de la existencia de estas realidades y que, al abordar los problemas sociales, lo hagan desde unos principios mínimos constructores.
La información es un servicio público que permite a los ciudadanos conocer y estar al tanto de lo que sucede dentro y fuera de su ámbito de actuación y participación. A través de los medios de comunicación e información se hacen presentes sociedades e individuos que de otra forma no tendrían presencia ni relevancia en el panorama nacional e internacional. Es por ello que los profesionales de la información deben partir de una responsabilidad individual que domine todos sus discursos.
Rodolfo Walsh es el más cabal ejemplo de lo que debe ser un periodista y su deber. Un periodista no puede ni debe esconderse detrás del disfraz de la imparcialidad «objetivista», el deber de cada periodista, como testigo escriba de la realidad no es reportarla solamente sino cargar con ella y admitir que se es parte de la misma. Jamás un periodista puede manejar la información como un biólogo analiza la materia desde un tubo de ensayo, y Walsh marcó ese camino, no sólo con sus escritos, sino con su ejemplo. Walsh era un periodista militante, y en ello dejó la vida.
Se puede afirmar que Walsh, con una enorme formación cultural, estuvo lejos del vedetismo, y Rodolfo Walsh, como decía Oesterheld, era un «héroe en grupo», jamás individual, aunque su obra le merece los lauros que le corresponden como ser humano.
Walsh no sólo hacía periodismo, aunque algunos busquen acotarlo a esa etiqueta ocultando su rol de militante popular. Era también un destacado escritor que supo mezclar la ficción aplicándola a la realidad. En el mundo de las academias de periodismo se enseñaba la obra de Truman Capote, «A sangre fría» (1966) como la primer novela periodística, inaugurando un género que sería explotado de ahí en más. Pero esto fue producto de entregarle el premio a un escritor de un país central. Sin quitarle méritos a Capote, en los últimos años y en el mundo entero, «Operación Masacre» es aceptada como la primer obra en su género y Walsh como fundador del mismo, y camino que seguiría transitando en trabajos como «¿Quién mató a Rosendo?» o «El caso Satanowsky».
Haroldo Conti fue escritor y periodista. Y en esa práctica condensó los mejores rasgos de una serie de influencias operantes en los años cincuenta, sesenta y setenta: la narrativa norteamericana de la generación de Hemingway, Fitzgerald, Steinbeck, Caldwell, Faulkner; el cine italiano neorrealista y escritores como Cesare Pavese y Elio Vittorini, vinculados a la resistencia contra el nazi-fascismo; los jóvenes iracundos ingleses; el existencialismo y su impronta de compromiso político; el nuevo periodismo; la enseñanza del cubano Miguel Barnet, que demostró con Cimarrón que el montaje de un testimonio y la construcción de una historia de vida pueden ser muy buena literatura; el catolicismo que optó por los pobres; el guevarismo.
Pero si lo recordamos es porque aun siendo un hombre paradigmático de su época, trascendió las marcas, los mandatos y los equívocos de esa época de la cual participó tan apasionadamente. Aunque a veces él mismo dudara, aunque tanteara, aunque emborronara y rompiera papel tras papel. Amores, política, periodismo y literatura, se entrelazan de manera inescindible en Conti. Los andariegos, los sin hogar, los que tienen sed de ternura y nostalgia de infinito, los que no se resignan a las derrotas que la sociedad les destina, son personajes privilegiados por su ficción. Su escritura es vida, su vida una escritura, un borrador. Y todo, un río de historias que pasa. Un río por el que boyan, derivan o navegan, sueños, hambre, sed.
Pero si lo recordamos es porque aun siendo un hombre paradigmático de su época, trascendió las marcas, los mandatos y los equívocos de esa época de la cual participó tan apasionadamente. Aunque a veces él mismo dudara, aunque tanteara, aunque emborronara y rompiera papel tras papel. Amores, política, periodismo y literatura, se entrelazan de manera inescindible en Conti. Los andariegos, los sin hogar, los que tienen sed de ternura y nostalgia de infinito, los que no se resignan a las derrotas que la sociedad les destina, son personajes privilegiados por su ficción. Su escritura es vida, su vida una escritura, un borrador. Y todo, un río de historias que pasa. Un río por el que boyan, derivan o navegan, sueños, hambre, sed.
A lo largo de su dilatada actividad profesional,Ryzard Kapuscinski fue testigo de un sinfín de acontecimientos mundiales, con una particular atención por la descolonización de África. Vivió 27 revoluciones, estuvo en 12 frentes de guerra y fue condenado cuatro veces a morir fusilado. Era considerado uno de los mejores reporteros del mundo y muchos compañeros de profesión, como el colombiano Gabriel García Márquez, le habían calificado de "maestro". Entre las numerosas distinciones recibidas, Kapuscinski tenía el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. El jurado le concedió en el 2003 el galardón "por su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por la independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje". Asimismo, resaltó el compromiso de Kapuscinski "con los más humildes" y puso sus reportajes como "ejemplo de ética personal y profesional en un mundo en el que la información libre y no manipulada se hace más necesaria que nunca". El trabajo del reportero consiste en rescatar lo verdadero e interesante. En esa búsqueda solitaria todo depende de la gente. Es un oficio que se emprende a solas, pero está a merced de lo que hacen y dicen los demás. Los primeros 15 minutos frente a personas desconocidas y circunstancias nuevas son definitorios. Esos momentos son los que determinan el futuro e incluso parte de la vida. Esa conciencia genera una extraña e intensa sensación. En un ensayo, cierto autor señala que las relaciones se definen en los primeros segundos. Tal impresión lo marca todo. El resto es una continuación de los contactos iniciales. Por ello son tan importantes los primeros encuentros.
Buscando las fuentes:
Leo Graciarena, es periodista, cronista de la sección policiales del diario La Capital, hace referencia aquí al oficio y a la militancia del periodismo
No hay dudas del poder democratizador de Internet, pero al mismo tiempo creo que “periodismo ciudadano” es un invento de los propios periodistas. Cualquiera puede contar lo que ve. Sin embargo, el periodismo –y de esto no habría que olvidarse- se trata de saber por qué pasan las cosas y qué consecuencias tienen.
Si los diarios vuelven a contar historias y se reconectan con sus lectores, estos mismos lectores estarán dispuestos a pagar por contenido de suprema calidad o serán una muy buena audiencia para publicidad de calidad.
Ya sea en Internet, en tabletas o teléfonos celulares, el público sigue siendo curioso, sigue queriendo saber qué pasa en su barrio, en su país, en el mundo. Siguen a su equipo favorito y les interesa conocer las novedades de los artistas que los hacen reír y llorar.
En Internet hay noticias. Pero pocas historias. Esas son las que están llamados a escribir los periodistas. Aunque en el futuro, no sea en papel.
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